Costa Brava. Hoy en día. Carlos está dando un paseo por el bosque y cae fatalmente por un barranco. Malherido, se dirige hacia la primera casa que encuentra. La dueña lo acoge y le cura las heridas con serenidad. Cuando despierta, han pasado muchas horas.
Carlos, un arquitecto de éxito que viaja por todo el mundo, se asombra en la medida que conoce a Carla, la dueña de la casa, una pintora que no posee teléfono, televisión ni reloj. Sin embargo, la conversación entre ellos fluye tan fácilmente que, al pasar los días, se acaban enamorando. Desconcertado, Carlos vuelve al hotel donde se aloja para tratar de olvidarla, pero se lleva prestado un libro extraño que, para su sorpresa, reproduce exactamente la historia que acaba de vivir con Carla.
Unos años más tarde, cuando ya viven juntos, Carlos descubre por casualidad la puerta que conduce a un desván secreto. Ahí encontrará objetos del bisabuelo de Carla que revelarán enigmáticos detalles de su familia que acabarán entrelazando sus vidas para siempre.
Imma Turbau nos sumerge en El rostro del tiempo una narración de estructura circular que arranca y cierra con la misma frase y que bien puede resumir el contenido de la misma: “Son raras las ocasiones en que la vida te guiña un ojo y estás mirando”.