Tras su desembarco en las playas de Abukir, el ejército francés sufre toda serie de contratiempos. El almirante Nelson hunde su escuadra en un ataque sorpresa, aislando a Napoleón durante un año en Egipto y forzándolo a desplegar toda su audacia militar. En ese marco, pasara una noche en Nazaret, la aldea donde vivió Jesus, y mas tarde otra-esta vez completamente solo-en la Cámara del Rey de la gran Pirámide de Giza, que cambiaran su vida para siempre.
Napoleón jamás explico por qué decidió pernoctar en esos dos enclaves tan singulares. «Aunque os lo contara no me lo ibais a creer», fue cuanto dijo. Pero en la solitaria noche que permaneció en el interior de la gran pirámide, tuvo que decidir entre dos caminos cruciales en su destino. Según desvela Javier Sierra en La Pirámide inmortal, fue la misma decisión a la que ya se habían enfrentado antes los antiguos faraones y algunos personajes históricos clave que pasaron por el país del Nilo, como Alejandro Magno, Julio Cesar o Jesus de Nazaret.
Ritos milenarios, antiguas sociedades secretas, saberes ocultos e iniciáticos, nunca fueron ajenos al joven general francés. Ya antes de embarcarse hacia Egipto se acercó a los misterios que algunas logias masónicas o iniciáticas guardaban como el mayor de sus tesoros. Lo que nunca se imaginó es que los largos dedos de quienes custodiaban esos misterios le acariciarían al otro lado del mundo, como entidades invisibles dispuestas a elevarle o ahogarle. Porque Napoleón -lo dice su carta astral, que reproduce esta novela- fue un elegido, y como tal, poderosas fuerzas pugnaron por protegerle o destruirle.