Hay gente muy motivada con ganas de hacer grandes gestas, como subir un ocho mil o sacarse una carrera universitaria pasados los cuarenta. Paz no.
Paz tiene tres hijos, un marido estándar, un jefe gilipollas y lo más parecido a tener tiempo para ella es conseguir ir sola a comprar al Carrefour. Pero sí que tiene una misión: se ha propuesto echar un polvo, no, UN POLVAZO, con el padre de sus hijos. Con preliminares y todo.
Solo tiene que conseguir un momento, de más de dos minutos si no es mucho pedir, en el que los dos tengan ganas, duchados si puede ser, que no estén muy cansados, preferiblemente depilados, que no estén casualmente enfadados y, por supuesto, que los niños se duerman pronto.
No puede ser tan difícil, ¿verdad? ¿VERDAD?
¿QUE CUÁNDO EMPEZÓ TODO? Podría decir que la hecatombe se desató un día que sucedió algo especial, una singularidad cósmica: los niños se durmieron pronto. Y Didier y yo teníamos ganas de mambo, así que nos pusimos al lío, aunque, ¡oh, destino!, los niños estaban ocupando todas las superficies blandas de la casa.
Sin embargo, estábamos fogosos, de modo que nos fuimos al suelo. Y descubrí una verdad horripilante: que el amor es joven, pero mis rodillas se ve que no.