Novelas de a duro, cines de sesión continua, argumentos de zarzuela y proyectos de películas rodadas en cooperativa configuran el imaginario peculiar de Cándido Acevedo. Nuestro protagonista se ha criado en una de aquellas modestas compañías itinerantes que Fernán-Gómez retrató en El viaje a ninguna parte. Eso sí, Cándido deja claro desde el principio de El mundo es un buñuelo que él sí sabe a dónde va.
El mundo es un buñuelo recrea la biografía imaginada de un proletario de la interpretación que vive la vida del mismo modo que la interpreta, como formando parte de un caleidoscopio, lleno de personajes anónimos, a veces, invisibles, pero fundamentales para entender el espectáculo y, por consiguiente, la vida.
Ésta es la historia de un actor de reparto, cuyo recorrido vital está marcado por una doble búsqueda: la del padre, sin cuya guía Cándido debe aprender a vivir en un mundo adverso, y la de Carmiña, primer amor malbaratado y siempre añorado. Como lectores, vamos a ser testigos de un sincero homenaje a la figuración cinematográfica, a la memoria de las salas de espectáculos ya desaparecidas, a las ciudades de provincias y a la capacidad de ensoñación y necesidad de poner en cuarentena toda búsqueda y toda pérdida desde el humor y la ironía.